Parafraseando a José Ingenieros y contemporizando su pensamiento a nuestra realidad, es preciso decir que los políticos sin derrotero moral son nocivos para la sociedad. Son el sumun de la deshonra, la miseria moral justificada con artificios, la venalidad personificada.
Esta disquisición no es más que una constatación, tal vez mínima, de la inmensa podredumbre moral que los envuelve. Se han convertido en mercancías vendibles y comprables a precio contante y sonante, a costa de su deshonra.
Los españoles han acuñado las palabras hijoputa e hijoputez que la Real Academia de la Lengua Española aún no las ha recogido en su diccionario, pese a que son de uso tan común en la península ibérica.
Esas voces resumen todo lo ruin, lo sórdido, lo miserable, lo vil, lo bajo, lo indigno, lo infame, lo abyecto, lo pérfido, lo mezquino y lo despreciable que puede llegar a ser moralmente una persona, particularmente los políticos, y para decir específicamente en el caso de Chota, de ciertos candidatos.
Qué honor pueden tener y qué ejemplo para la juventud y la sociedad pueden ofrecer los políticos y candidatos sin ningún respeto por sí mismo, quienes en cada elección empeñan su conciencia y pretenden justificarla con banalidades, que no las creen ni ellos mismos.
Este artículo es a propósito del ejercicio de autoeliminación moral, de autoeutanasia como dirían los abogados, respecto a aquellos candidatos que nuevamente han vendido su alma al diablo.
Amor y Llaga N° 382
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