lunes, 16 de septiembre de 2013

Manuel José Becerra Silva, nuestro héroe

Manuel José Becerra Silva no necesitó de una ley para ser nuestro héroe, su vida misma fue un acto de heroísmo desde que eligió ser maestro y entregarse por entero a la tarea de la enseñanza en los colegios de la sierra profunda del país, en los que no sólo enseñó los enigmas y maravillas de la Matemática, sino también las obligaciones y compromisos de un civismo ejemplar y militante.

   Esa probidad ciudadana y esa claridad de ideas lo condujo a asumir el vicerrectorado del Colegio San Juan y luego la alcaldía de Chota, en un periodo que las responsabilidades del cargo se cumplían con dignidad y honestidad. En esas circunstancias le cupo el honor de asumir, sin reparar en peligros e infortunios, la defensa de la patria hasta la inmolación de la vida en la infausta Guerra del Pacífico.
  Nuestro héroe civil (se le otorgó el grado de Coronel no obstante no tener formación militar) organizó el batallón Chota y marchó con 300 hombres rumbó a Lima para luchar en las batallas de San Juan y Miraflores. Retornó al norte luego de conferenciar con Andrés A. Cáceres para organizar la resistencia, hasta infligir a las huestes chilenas un derrota, quizá tardía pero valerosa, en la olvidada batalla de Cárcamo, el 18 de setiembre de 1883.
   Esta semana se cumplen 130 años de aquella efeméride gloriosa. Becerra fue asesinado en forma aleve y, pese al solitario homenaje del Congreso de la República, pareciera que la mezquina estrechez de miras de las autoridades de su pueblo le infligiera una traición mayor: el olvido.  

Amor y Llaga N° 503

Paraíso de la pasta y el látex

Nuestra tan afamada tierra de Akunta, de valerosos e hidalgos chotanos, una vez más ha sido manchada, mancillada y humillada con la deshonra de contar con un alcalde que se encuentra en el ranking de los once alcaldes investigados por la Policía Antidrogas, además de encontrarse procesado por el delito de lavado de activos, entre otras acusaciones que pesan en su contra y que curiosamente duermen en los anaqueles judiciales el sueño de los justos para usar una expresión eufemística, es decir blandura cuando se trata de sancionar a los peces gordos y gorditos del crimen.
 El narcotráfico ha invadido todas las esferas del tejido social, se consolida en los bajos fondos de la delincuencia, se camufla en las empresas y negocios, se disfraza en los grupos terroristas, penetra airosamente en el sistema judicial y en la policía, solventa y se asimila a la política y, finalmente, controla los entes gubernamentales. ¿Acaso no se habla del congreso con una buena representación de narco-congresistas?, ¿acaso los narcoindultos no son una expresión del nocivo poder omnímodo del narcotráfico?

Nuestra provincia, en un enjundioso reportaje del diario La República, fue considerada una de las rutas del narcotráfico en el norte del país. Una fama que algunas autoridades “elegidas con su plata” y algunos “prósperos” comerciantes se han encargado de  confirmarla. En esa ruta, a nuestra querida Chota se la conocerá (o ya se la conoce) como el paraíso de la pasta y el látex. ¡Qué fama!
Amor y Llaga N° 502

Puesta en valor

“Puesta en valor” es una frase muy de moda en la jerga burocrática, presupuestaria, asociada, principalmente, a la gestión del patrimonio cultural y a las actividades turísticas, de una apariencia impactante; pero que, en el fondo, encierra un tufillo mercantilista, algo así como poner en venta nuestro patrimonio.
Una mala traducción del francés (mettre en valeur, que más bien significa mejorar) y un pésimo calco se ha reproducido como larvas. Subyace en aquella frase el concepto que el único camino que tenemos para estimar y desarrollar nuestro patrimonio cultural es someterlo a las leyes del mercado, como cualquier mercancía.
 Si la óptica es mercantilista nuestro riquísimo patrimonio cultural simplemente tendrá un valor de mercado, necesario para que turistas nacionales y extranjeros dejen divisas, pero sin importar muy poco el valor científico, histórico, artístico o humano de nuestros recursos.
La identidad (cultural o política), asentada en valores eventuales, es frágil, precaria, deleznable, vendible y comprable. Si bien necesitamos valorar, revalorar y desarrollar nuestro patrimonio cultural, esto es algo más grande y más trascendente que eso de “puesta en valor”, tal como lo entienden los mercantilistas de la cultura.

 Valorar nuestro patrimonio cultural no significa venderlo, sino otorgarle su verdadera dimensión en la memoria social de nuestro pueblo. 
Amor y Llaga N° 501