Quizá la
ocasión no es propicia para hablar de hechos desagradables, indignantes y
funestos que han convertido a nuestra tierra en tierra de nadie, donde la
ciudad es un caos, donde la autoridad ha renunciado a la sobriedad, honestidad
y decencia en el cumplimiento de su deber público, y donde los ciudadanos han
perdido su capacidad de indignación.
Nuestros
pueblos parecen, si vale la expresión, olvidados de Dios, pero no sólo
olvidados, sino además castigados. Cuatro años perdidos. Los alcaldes y
funcionarios sectoriales que han hecho de las suyas con los dineros públicos, envueltos
en graves denuncias de corrupción, se van impunes con su corte de
incondicionales y testaferros con los bolsillos llenos.
Los
ciudadanos con su actitud pusilánime, pasiva y hasta pordiosera, han contribuido
a fortalecer esa cultura de la impunidad, tan nociva para la democracia y
corrosiva de la institucionalidad. Y la juventud, otrora abanderada de las
luchas, ha tomado el camino fácil de cerrar los ojos ante la realidad.
Pero no todo
está perdido. Aún en la derrota más desastrosa, en la caída más honda, en el
golpe más duro, en el infortunio más cruel, pervive una gran reserva de moral,
de humor y de amor de los cuales sacar fuerzas para luchar contra el oprobio. Y
como escribe el gran narrador Eduardo González Viaña: “con penas y todo siempre somos felices”. ¡Feliz navidad!
Semanario Amor y Llaga N° 553
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