El
oportunismo político es una deformación fétida de la actividad política, es un
recurso al que recurren frecuentemente los políticos venales y deshonestos, sin
ningún ápice de dignidad, para aprovecharse de las circunstancias en beneficio
personal, bajo el pretexto de defender los “sagrados intereses populares”,
frase ésta tan trillada que en la boca de esos cuatreros suena falsa.
Las urgentes
necesidades de la población, los constantes reclamos y exigencias del
pueblo, las legítimas y justas
aspiraciones populares se convierten en manos de esos oportunistas en la
materia prima para usarlos de caballito de batalla, abanderarse, figurar y, si
la suerte les acompaña y encuentran un buen financista, terminar erigiéndose de
alcaldes, presidentes regionales o congresistas, o de cualquier cargo público
donde la teta sea grande y ubérrima.
Y, sobre
todo, en periodos electorales encabezan luchas y reclamos (que en su momento
los abandonaron o los dejaron de lado) con el único y evidente propósito de
ganarse el aplauso de las “masas”, el favor de los votos y la gracia de alguna
sinecura en las “ugeles”, en la región, en las subregiones, o en las municipalidades.
Ejemplos a la vista.
Quizá
esto no llame la atención porque la gente coloca en el mismo rasero a todos los
políticos. Todos son iguales, dicen. Y tienen razón, porque nuestros políticos
autodenominados de izquierda no han hecho nada para diferenciarse de aquellos
de la derecha, sino más bien han procurado emularlos, y vaya que los han
superado con creces: coimas, sobrevaluaciones, negociados, licitaciones entre
gallos y medianoche, es decir: corrupción hasta la fetidez.
Semanario Amor y Llaga N° 529
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