“Puesta en valor” es una frase muy de moda en
la jerga burocrática, presupuestaria, asociada, principalmente, a la gestión
del patrimonio cultural y a las actividades turísticas, de una apariencia
impactante; pero que, en el fondo, encierra un tufillo mercantilista, algo así
como poner en venta nuestro patrimonio.
Una mala traducción del francés (mettre en valeur, que más bien significa
mejorar) y un pésimo calco se ha reproducido como larvas. Subyace en aquella
frase el concepto que el único camino que tenemos para estimar y desarrollar nuestro
patrimonio cultural es someterlo a las leyes del mercado, como cualquier
mercancía.
Si la
óptica es mercantilista nuestro riquísimo patrimonio cultural simplemente tendrá
un valor de mercado, necesario para que turistas nacionales y extranjeros dejen
divisas, pero sin importar muy poco el valor científico, histórico, artístico o
humano de nuestros recursos.
La identidad (cultural o política), asentada
en valores eventuales, es frágil, precaria, deleznable, vendible y comprable. Si
bien necesitamos valorar, revalorar y desarrollar nuestro patrimonio cultural,
esto es algo más grande y más trascendente que eso de “puesta en valor”, tal
como lo entienden los mercantilistas de la cultura.
Valorar
nuestro patrimonio cultural no significa venderlo, sino otorgarle su verdadera
dimensión en la memoria social de nuestro pueblo.
Amor y Llaga N° 501
No hay comentarios:
Publicar un comentario