Pertenecemos a un pueblo motejado de machetero en la
connotación violenta, sangrienta y cruel del término, sin reparar que aquel
instrumento ensiforme denominado machete simboliza para los chotanos coraje,
rebeldía y trabajo. Es cierto que en el decurso de los años era una forma de
hacer respetar derechos y exigencias sociales, pero a veces también, de reparar
daños, ofensas o el honor herido, o una respuesta soberbia a enemistades y
rencillas fatuas. Tener un machete en casa es tener un instrumento de trabajo:
desbrozar el campo de malezas, segar la hierba, abrir caminos, cortar la caña
de azúcar, madera o leña. Y un instrumento de defensa: desbravar a los
corajudos.
Es probable que esa significación peyorativa y maligna que
se da a los chotanos, provenga de ese periodo que va desde la década del 20
hasta fines del 70 del siglo XX, en que el bandolerismo y el abigeato asolaron
de terror, sangre y crueldad los caminos y campos de nuestra provincia, en
muchos casos, con la complicidad de las autoridades judiciales y policiales.
Pero son los valerosos hombres del campo, organizados en rondas
campesinas, quienes logran recuperar
la tranquilidad de sus terruños, controlar e incluso acabar con el abigeato y
reivindicar la dignidad del machete como instrumento de trabajo y de defensa.
Un periódico se denominó “Machete” y un boletín
revolucionario llevó el nombre de “Machete Rojo”. También se instituyó, sin
fortuna, el premio literario “Machete de Oro” y un grupo musical fulguró con
sus voces y melodías bautizándose como “Los Machetes de Acunta”. Un pintor
plasmó en el escudo chotano dos machetes cruzados como blasones de nuestra
identidad y un poeta le dio calidad de verso en nuestro himno. Colofón, el
machete nos identifica y nos da dignidad.
Amor y Llaga N° 470
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