El
chancro es una úlcera corrosiva, de origen venéreo o sifilítica, muy
contagiosa. Por eso, el filósofo francés Jean Paul Sartre hizo un símil con el
mal que padecen aquellos que apenas llegan a la lujuria del poder y ya aparecen los síntomas de esa úlcera que
les corroe el espíritu y la inteligencia. La humildad pasa a ser soberbia y la
inteligencia es suplantada por la sinrazón de la fuerza, de modo que los
gobernantes (en esta categoría se pueden incluir ciertas autoridades y
funcionarios públicos) se convierten, por el efímero cargo que ocupan, en
déspotas y autoritarios. El mismo Sartre precisa: “El autoritario manda en nombre
de otro, de un parásito sagrado,… transmite las abstractas violencias que
padece”.
Nuestro
país está plagado de esos energúmenos. Hemos visto como han sufrido radicales
transformaciones en su conducta, no sólo política sino inclusive personal.
Llegan a ser y hacer lo que tanto han reprobado. El poder les seduce con
voluptuosidad hasta que adquieren ese terrible mal y luego les dilacera el alma
y les corroe el cerebro.
En
lugar de ejercer el gobierno como un encargo que el pueblo les concede
democráticamente, se creen dueños, amos y señores que pueden mandar y disponer
de la vida de las personas, de los recursos naturales y de los bienes públicos
como se les da la gana, asignándose potestades bajo argumentos rebatibles
como orden, propiedad, estado de
derecho.
Encima
de la razón del estado, está la razón de la vida. Eso es lo que jamás entienden
ni entenderán los que tienen el chancro del poder metido en el alma
corroyéndoles día a día hasta transformarlos en una miseria humana.
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