A raíz del
triunfo electoral del MAS un acólito, emocionalmente ebrio, ha dicho que en
Cajamarca nació la nueva izquierda y el nuevo Perú. No creemos semejante mistificación
de la realidad social y política, por la simple razón que un triunfo electoral no
es garantía de un cambio, menos de una transformación social. Esto ha quedado
demostrado en los cuatro años que lleva el MAS al frente de la región.
Para quienes
han pasado de los ideales de una izquierda revolucionaria a los artificios del
pragmatismo oportunista, no cabe duda que una votación así, será usada para
negociar candidaturas y posiciones hegemónicas con miras a las elecciones
generales del 2016. La unidad de las
fuerzas progresistas y de izquierda, desde esa perspectiva coyuntural, no
pasará de un matrimonio de conveniencia y una frustración más.
Magnificar de
lejos la reelección del MAS-PR sin mirar de cerca los entripados de su gestión no
sólo evidencia una mirada miope, sino cierta complicidad con los actos de
corrupción. (Veamos los bochornosos casos de la UGEL y la DISA Chota, sólo para
señalar los más sonados en estos días). A la corrupción no se la debe tolerar
viniere de donde viniere, sea de la derecha o sea de la izquierda.
Y si procede
de la izquierda la sanción debe ser mayor, porque sería una estafa enarbolar
banderas de justicia social, libertad, honestidad, lucha anticorrupción y, en
los hechos, hacer todo lo contrario de lo que se pregonaba desde el Sutep o las
rondas campesinas. De modo que la nueva izquierda y el nuevo Perú no pueden
nacer desde una orilla maloliente.
Semanario Amor y Llaga N° 545
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