Hay quienes
habiendo nacido en Chota tienen el alma de felipillo. Anteponen la infamia y la
servidumbre de una prebenda a la honra, la libertad y la dignidad. No tienen escala
de valores, sino de antivalores, de los cuales se jactan con contrahecho
orgullo. La honestidad e integridad moral, la decencia política y la calidad
personal han sido reemplazadas por la deshonestidad, la impudicia y la ramplonería.
Esto es lo
que se exhibe, cual emblemas nefastos, con algunas rarísimas excepciones, en
nuestros personajes públicos (regidores, alcaldes, funcionarios, jefes de todo
género y especie), muchos de ellos son profesores que suponemos deben personificar
en sumo grado valores que eduquen y orienten a la niñez y juventud. Penosamente
estos personajes caminan al revés de la historia y en sentido opuesto a los
valores y principios.
En su diario
actuar pesa una actitud porcina, es decir aquella que busca la satisfacción de
su apetencia individual. Devoran todo sin importar el bien común. Lo lastimoso
es que muchos de ellos se encumbran enarbolando banderas de democracia, de
justicia, de defensa de los derechos, de honestidad, de desarrollo, de lucha
anticorrupción, en fin, de nobles fines y objetivos pero que, tarde o temprano,
terminan traicionados.
En las
elecciones que se avecinan, por el bien de nuestro pueblo y por el amor que
decimos sentir, no elijamos felipillos. Es una elección difícil y ojalá haya
alguien que asuma el reto histórico de emprender un cambio radical que Chota
necesita.
Semanario Amor y Llaga N° 541
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