“Un hombre sin honor es un hombre
muerto”
Isabel Allende
De poco
sirven las elecciones si no hay un proceso limpio, transparente, equitativo,
ajustado al más riguroso control del financiamiento de los gastos de campaña, si
no hay un compromiso cierto y no fingido con los intereses de la población que
se pretende representar y gobernar, y si no hay un incuestionable grado de
honor, dignidad y honestidad de los candidatos.
De poco
sirven las elecciones si el elector, lejos de ejercer un derecho ciudadano,
vende su honor y su conciencia, y entrega su voto como un angurriento al
primero que le tira una migaja hasta hacer del elector un taimado pedigüeño y
del candidato un político irresponsable que más adelante, ya en el poder, no
dudará en robar para recuperar su “inversión”.
Una
democracia así construida, reducida a este tipo de elecciones, tampoco sirve de
mucho para el desarrollo del país. Convertida en caricatura por los poderosos,
los oportunistas y los corruptos, la democracia cede el paso a las dictaduras,
abiertas o encubiertas. Los principios y los valores les resultan un obstáculo,
los intereses del pueblo sólo un juego de palabras, la patria un pretexto, y el
honor un lastre.
Hemos visto,
con tristeza e indignación, cómo dirigentes o líderes honestos una vez que han
alcanzado y gozado de los placeres del poder, han deshonrado su propia
trayectoria hasta descender por los caminos de la corrupción. A ellos, tomando
palabras del escritor Iván Thays, “la
historia no les debe ni la tumba en la que se pudren sin gloria”.
Amor y Llaga N° 537