Saber
elegir, este año y los venideros, se convierte en una obligación moral y
política elemental y prioritaria, y una demostración de lucidez “en estos tiempos en que a ciegas vamos
tropezando” (José Saramago), donde se vive una especie de letargo y
envilecimiento del electorado, minimizado al maquinal acto de votar sin
comprender el valor e importancia de su voto, ni las consecuencias de ello.
Muchos reducen
la democracia a elecciones, las elecciones a candidatos, y los candidatos a
dinero, dejando de lado las opciones políticas, los planes de gobierno, las
propuestas y alternativas, y soslayando, desgraciadamente, la calidad moral de
los postulantes, quienes, como se ve y se confirma, no tienen un gramo de
sangre en la cara y hacen gala de un increíble cinismo.
La idea que
ha ido ganando fuerza y cómo se desarrolla la política en el país es que ésta
no es más que una actividad mercantil; cuyas relaciones clientelares han venido
socavando a la administración pública, a los partidos políticos, al propio
estado para trastrocarlos en fuentes de negocio, y luego degenerar en canteras
de corrupción.
En la
disyuntiva que nos ofrece el aún tibio panorama electoral de optar entre tanto
mafioso probado o por comprobar, el voto consciente, libre, limpio y firme debe
ser la opción que exprese la desilusión, la indignación y el rechazo a quienes
quieren hacer de nuestros pueblos sus vasallos, mientras van atesorando
fortunas mal habidas.
Amor y Llags N° 515
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