Desde
que se nos impusiera, tras la conquista española, la fiesta patronal de San
Juan Bautista que celebramos anualmente en torno al 24 de junio, con oficios
religiosos y celebraciones y espectáculos (corridas de toros) que rayan con
cierto paganismo decimonónico, quiéralo o no, forma parte de la tradición y del
sincretismo religioso y cultural que ha calado muy hondo en el ideario, el
espíritu y sentimiento de nuestro pueblo.
Naturalmente
que la alegría forma parte sustancial del ser humano, pues etimológicamente
significa estar vivo y animado. Y las festividades religiosas cumplen ese rol
que dota, a su vez, de espiritualidad y de energía a las celebraciones. Sin
embargo, aunado a ello, perviven pesados lastres inconcebibles en un mundo que
procura un mayor respeto a la dignidad, a los derechos fundamentales de las
personas, inclusive a la protección y defensa de los animales y la naturaleza.
Es
cierto que un sector muy importante de la población, movido por la fuerza de la
tradición, asocia la fiesta de San Juan Bautista con corridas de toros, pero
también lo es que de esto, los municipios locales han hecho su programa de
gobierno, y los alcaldes e incondicionales de toda estirpe, su causa y sus
pingües negocios. Claro ejemplo de lo dicho, es el negociado de cerca de medio
millón de soles que se esfumaron en San Juanpampa, que se sigue “investigando”,
hasta el archivamiento y el olvido.
Vamos
a la fiesta de San Juan, ¡claro!, los chotanos y turistas de diferentes partes
del país lo anunciamos con más efusión en estas últimas semanas. Nos
entusiasmamos con el espejismo de una ciudad limpia, ordenada, con servicios
básicos necesarios, vías transitables, autoridades honestas. Pero, al llegar,
nos damos de bruces con una ciudad caótica, errática, administrada por ineptos en
el gobierno, pero muy aptos y voraces en la rapiña.
Amor y Llaga N° 490
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