¿Cómo puede un chotano sentirse orgulloso si su alcalde está procesado por actos de corrupción, lavado de activos y enriquecimiento ilícito? Nadie que no sea un ciudadano digno puede avalar y defender tal conducta de nuestras autoridades. Sin embargo, los hay. Y son aquellos que tienen la escala de valores invertida, el espíritu lacayo, la mente servil, la mano temblorosa y la voz apagada: viven en alegre ignorancia recibiendo las migajas del gobernante de hoy, de ayer y de anteayer.
Es evidente que la fisonomía social de Chota ha cambiado de modo vertiginoso y, a veces tanto, que nuestro pueblo nos parece extraño. En los últimos treinta años se han producido cambios en su estructura económica, en la configuración urbana de la ciudad, en la composición demográfica de sus habitantes; hay nuevas instituciones y nuevas fuerzas sociales y políticas; los medios de comunicación y las tecnologías de la información hacen su trabajo día a día, bien o mal, pero ahí están cumpliendo una tarea delicada.
Es comprensible y natural que en este espacio haya una diversidad de criterios, posturas, actitudes, tendencias y preferencias ideológicas o políticas, generalmente, divergentes; pero lo que no se puede tolerar es la indignidad con nuestro pueblo. Las autoridades y los políticos se han encargado de deshonrarlo y de sembrar en la mente de los jóvenes modelos de conducta y antivalores como, por ejemplo, aquel que dice “aunque robe pero que haga obra”; es decir se institucionaliza el robo al tesoro público.
En este duro batallar puede haber no pocas decepciones, porque es como navegar río arriba. No obstante, la lucha por dignificar a Chota, tiene sus componentes personales que significan: a) honrar el cargo que se ostenta, b) honrar la ocupación o profesión que se ejerce, c) honrar la familia que nos sustenta y ampara; d) honrar la institución en que se labora.
No hay título más grande ni cargo más importante que ser un ciudadano digno, única forma de honrar a Chota.
Amor y Llaga N° 445
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