Un asiduo interlocutor me pregunta por el chat si acaso no estoy decepcionado de la política. Mi respuesta es tajante: decepcionado no, sino indignado con quienes la han emputecido y envilecido a niveles tan despreciables como vergonzosos.
Las dos últimas décadas, desde la irrupción del fujimorismo, han sido el caldo de cultivo propicio -como en la microbiología- para el crecimiento y la reproducción de esas bacterias que han infectado y gangrenado todo el tejido social y político del país.
Ninguna agrupación política escapa a esta conjetura. Y, por consiguiente, los candidatos al congreso que hoy pretenden representarnos, no son sino la expresión inicua e infame de ese emputecimiento de la política.
Unos con mayor o total desfachatez e impunidad lucen su orfandad de principios, su penuria moral y ética, su insolvencia intelectual, su desconocimiento de la realidad y problemática social, su ignorancia política. En suma, sólo les mueve la avidez del poder y un sueldo para salir de pobre.
Esta triste realidad es, además, parte de la profunda crisis que envuelve a los partidos políticos. De modo que una alternativa urgente es renovarlos e institucionalizarlos, aun a fuerza de luchar contra los caudillos que los dirigen o manipulan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario