Probablemente el panel fórum promovido por el Instituto Superior de Educación Pública Nuestra Señora de Chota, entre los candidatos a la alcaldía provincial, nos ilustre sobre los mejores planes de gobierno, las iniciativas de gestión municipal más importantes, o los candidatos más capacitados y aptos para gobernar Chota. Si este certamen fuera la forma y el momento decisivos, sabríamos por quién votar.
Ocurre, que mientras los candidatos exponen, muchos a duras penas, sus propuestas y planes de gobierno, y se pretende con el debate generar una sana y meditada convicción política para votar; la campaña electoral, en cambio, nos deja una estela de impudicia, cinismo y un agravio a la conciencia y dignidad de los electores: la barrumbada de dos o tres potentados (¿?) candidatos.
La barrumbada, es decir el gasto excesivo hecho con jactancia, con insolencia y vanidad, que ciertos candidatos están haciendo gala, no para ganar electores conscientes, sino para comprar y envilecer conciencias, no sólo contradice la más elemental lógica, o la proyección matemática de sus ingresos y egresos, sino todo sentido sensato y honesto y, sobre todo, el sustento moral de una campaña política.
A esos candidatos no les importa deformar la competencia democrática, distorsionar la finalidad de las elecciones o quebrantar los principios democráticos. Sólo les importa, ganar (en mejores palabras “tomar el poder”) a como dé lugar, para convertir a los municipios en un suculento botín, en el que usando artimañas y testaferros, primero se recobran los gastos de campaña y luego lo usan como fuente de enriquecimiento ilícito (lavado de activos, peculado, robo, corrupción).
La historia real y reciente nos revela cuánto hay que luchar contra esa corrupción que tiene la forma de inocentes y angelicales candidatos.
Ocurre, que mientras los candidatos exponen, muchos a duras penas, sus propuestas y planes de gobierno, y se pretende con el debate generar una sana y meditada convicción política para votar; la campaña electoral, en cambio, nos deja una estela de impudicia, cinismo y un agravio a la conciencia y dignidad de los electores: la barrumbada de dos o tres potentados (¿?) candidatos.
La barrumbada, es decir el gasto excesivo hecho con jactancia, con insolencia y vanidad, que ciertos candidatos están haciendo gala, no para ganar electores conscientes, sino para comprar y envilecer conciencias, no sólo contradice la más elemental lógica, o la proyección matemática de sus ingresos y egresos, sino todo sentido sensato y honesto y, sobre todo, el sustento moral de una campaña política.
A esos candidatos no les importa deformar la competencia democrática, distorsionar la finalidad de las elecciones o quebrantar los principios democráticos. Sólo les importa, ganar (en mejores palabras “tomar el poder”) a como dé lugar, para convertir a los municipios en un suculento botín, en el que usando artimañas y testaferros, primero se recobran los gastos de campaña y luego lo usan como fuente de enriquecimiento ilícito (lavado de activos, peculado, robo, corrupción).
La historia real y reciente nos revela cuánto hay que luchar contra esa corrupción que tiene la forma de inocentes y angelicales candidatos.
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