El filósofo
escita, Anacarsis, con suficiente claridad y proyección, dijo que a veces la
justicia o las leyes son como las telarañas, donde los insectos pequeños quedan
atrapados, pero las grandes alimañas la rompen. Esto viene a colación a
propósito del reciente fallo de una de las salas penales de la Corte Suprema,
declarando nula la sentencia expedida por la Sala Penal Nacional que condenó al
alcalde de Chota por lavado de activos y peculado.
Veredictos de
esa naturaleza amparados en tecnicismos y requiebros de la ley, no sólo
decepcionan, también indignan, por lo menos a quienes no nos hemos convertido
en piedras, ni formamos parte de la sarta de pusilánimes en que al parecer se
han transformado los chotanos, amén de ronderos que, dejando de lado sus
principios fundacionales, cumplen hoy el papel de esbirros al servicio de
ciertas autoridades a cambio de prebendas.
No se sabe
cuánto dinero mal habido corre debajo de la mesa para torcer las decisiones
judiciales, porque como advertía un amigo la coima nunca entrega facturas ni
recibos. Nuestro sistema judicial está mal visto, tiene el peor de los
conceptos en el ciudadano común y corriente. Una de las causas para el
surgimiento de las rondas campesinas fue, precisamente, la corrupción judicial.
Pero ya vemos cómo han devenido las cosas y qué intereses se han impuesto.
A un
ladronzuelo (insecto) que roba un celular o asalta a un transeúnte cualquiera se
le aplica las máximas penas; pero a un delincuente investido de autoridad
(alimaña), que roba miles y millones de soles al Estado, que se enriquece
ilícitamente, que trafica con drogas y organiza mafias a su alrededor, goza de
penas leves, en el mejor de los casos de absoluciones, conmutaciones de penas,
indultos, prescripciones y tantos beneficios jurídicos. ¡Indignante!
Semanario Amor y Llaga N° 540